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Entrevista a Manuel Carro, participante en La Noche Europea de los Investigadores de Madrid 2014

octubre 28, 2014

¿Te has dado cuenta de que este proyecto europeo lleva en su título “de los investigadores” y no “de la investigación”?

Sí. Como en ediciones anteriores, el centro es la dimensión humana del investigador. Pero me temo que en el caso de la investigación, este aspecto suele quedar en segundo plano cuando se compara con la pasión de los investigadores y con lo que han conseguido muchos de ellos en su profesión.

Extraño y muy interesante ¿no?

Desde luego. Existe una visión estereotipada del científico como alguien que, aparte de su investigación, no repara en nada más en la vida. Un ejemplo de esta (anti-)sabiduría popular es el tradicional despiste o las manías que se le atribuyen a Einstein: comprar docenas de camisas iguales para no tener que elegir o preocuparse muy poco por el vestir y las apariencias. En ocasiones es así. Se dice del alemán Frege, uno de los puntales de la lógica moderna, que “no era capaz de entablar conversación de nada que no fuese la lógica”, y eso cuando era capaz de arrancar un diálogo. Pero por otro lado, las personalidades de los científicos son tan variadas como las de los que se dedican a otras actividades.

Volviendo a Einstein, alemán posteriormente nacionalizado estadounidense, tras firmar una carta alertando al presidente de los Estados Unidos del peligro de que Alemania desarrollase una bomba atómica, lamentó los efectos de esa carta tras convertirse en un convencido pacifista (lo que hizo que no se le permitiese trabajar en la elaboración de la bomba atómica estadounidense). Esa convicción le llevó a escribir, junto con el británico Bertrand Russell (matemático, filósofo, escritor y activista político en contra de la guerra en general) y otros un manifiesto alertando del peligro de la proliferación de armas atómicas durante la guerra fría. Por otro lado, Einstein tuvo una vida personal y sentimental nada tranquila.

El alemán Gauss, “el príncipe de las matemáticas”, amasó en el siglo XIX una considerable fortuna personal aplicando su tremenda inteligencia al entonces incipiente mercado de compra-venta de valores, y donó parte de sus ganancias a la dotación de pensiones de viudedad de la Universidad de Göttingen. En el extremo opuesto el noruego Abel, descubridor de la teoría de grupos y de la imposibilidad de resolución de las ecuaciones en polinomios de quinto grado, prueba que se le resistió al mismo Gauss, que desdeñó el artículo que Abel le envió sin siquiera abrir la carta, vivió en condiciones cercanas a la pobreza y murió a la edad de 26 años de una tuberculosis contraída en un precario viaje en trineo para visitar a su prometida. El francés Galois, por su parte (cuyos trabajos totalizan unas 60 páginas pero que hicieron florecer numerosas ramas de las matemáticas, algunas de las cuales están en la base de técnicas actuales de desarrollo de software) fue un activista político y murió en un duelo a los 23 años, no sin destinar la noche anterior a describir lo mejor que pudo las ideas que flotaban en su cabeza, para que no se perdiesen tras el que él ya consideraba que iba a ser un fatal desenlace.

Más conocida puede ser la historia del británico Turing, cuyos trabajos forman una de las bases teóricas de la Informática y que dirigió el proyecto que permitió desentrañar los códigos cifrados de la máquina alemana Enigma durante la segunda guerra mundial. Fue corredor de fondo y homosexual. Por esto último se le condenó y aceptó un tratamiento de estrógenos para “corregir su anomalía”. Esta corrección tuvo su final cuando decidió suicidarse mediante la ingestión de cianuro (aunque hay opiniones que sostienen que fue una muerte accidental).

En fin, que en las vidas de los investigadores hay cabida a lo anodino, lo compulsivo, lo comprometido, lo pasional… como en las vidas del resto de las personas.

¿Fue eso lo que te llevó a dedicarte a la carrera científica, el imitar a alguien?

Supongo que algo tuvo que ver, aunque fuese inconscientemente. Pero reflexionando sobre los ejemplos anteriores, seguramente hay que considerar cuidadosamente qué imitamos y qué no.

Se dice que el mundo de la ciencia es muy competitivo y está muy internacionalizado. ¿Es eso cierto?

Sí, así es. No hay más que mirar las nacionalidades de los científicos que se han citado en los párrafos anteriores. Esta globalización, que siempre existió (las relaciones epistolares de los mejores científicos siempre han tenido un componente internacional destacable) es más importante hoy en día, dada la posibilidad de comunicarse con costes ínfimos y con gran rapidez. Eso lleva, de manera directa, a una gran competitividad, ya que comparar ejemplos y resultados de colegas de otros países es mucho más sencillo que antes. Y eso conduce a la internacionalización de la investigación y a la necesidad de estar a la altura de los organismos e instituciones de los países punteros para no quedar atrás en la carrera de la tecnología y la innovación. Por supuesto, para ser competitivo es necesario ofrecer facilidades y condiciones de trabajo similares a la de nuestros competidores.

¿No hace esto que la sociedad vea a los investigadores como seres extraordinarios con capacidades de superhéroe?

Muchos investigadores tienen una capacidad de trabajo extraordinaria. Pero muchos trabajadores de otras áreas también tienen asombrosas capacidades de trabajo. Sin embargo, es cierto que parece haber una percepción romántica del científico. Supongo que el hecho de que en muchos casos la ciencia no parezca tener una recompensa financiera inmediata y el que a veces se vea impulsada por el deseo de hacer avanzar el conocimiento sin estar necesariamente dirigida por aplicaciones prácticas inmediatas (lo que podría de hecho restringir su aplicación a otros fines), contribuye a esta visión idealizada.

Hablando de superpoderes que muchos pueden tener, ¿qué partes de tu formación y tu experiencia investigadora te han ayudado más a conseguirlos?

En mi caso he tenido la inmensa suerte de haber podido desarrollar mi doctorado en un ambiente de trabajo, dedicación y búsqueda de la excelencia que me han forzado a perseguir siempre los mejores resultados, dentro de mis capacidades. Pero si tengo que realizar una introspección más profunda, diría que el ejemplo de mi padre ha guiado siempre, sin proponérselo, el intentar dar lo mejor de mí mismo. Yo diría que él es una de esas personas que, sin ser científico, tuvo (está actualmente jubilado) una capacidad de trabajo y una dedicación al mismo fuera de lo común.

En los institutos IMDEA, ¿en qué estás centrando tu trabajo?

Gran parte de mi trabajo es administrativo, asistiendo al director del Instituto y participando en las decisiones estratégicas. En cuanto a la investigación, me centro en el desarrollo e implementación de técnicas y lenguajes de programación que permitan elaborar programas que sean a la vez correctos y eficientes.

Siendo un científico acostumbrado a trabajar en “laboratorio”, ¿qué te ha llevado a participar otro año más en un proyecto como La Noche Europea de los Investigadores?

Las ediciones anteriores fueron a la vez divertidas y exitosas, así que no había ninguna excusa para no participar y sí muchas razones para repetir.

Para terminar hablando un poco de Tu coche y un F1 la actividad con la que participas en esta edición de La Noche Europea de los Investigadores, ¿te hubiera gustado ser piloto de fórmula 1? ¿O ingeniero de alguna de las grandes escuderías?

Piloto, seguramente no. Yo, como muchos otros niños, quería ser astronauta. Hasta que me enteré de que uno no puede ser astronauta con gafas. Ingeniero de una escudería, sí, tal vez sí.