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El Agua: ¿Cantidad o calidad?

febrero 8, 2013

Ella despierta en Jowhar, ciudad en el centro de Somalia. No existe el grifo en su casa. Sólo dispone de una fuente de agua de calidad incierta; la única en un radio de 20 kilómetros. Cada día se desplaza con dos bidones de 10 litros de capacidad.

No imagina que cada bidón es el equivalente a la cisterna del aseo de tu casa. Cuando llega a la fuente, después de caminar 3 kilómetros, espera su turno para llenar los bidones. 150 personas han llegado antes que ella. Son las 10 de la mañana cuando comienza a llenar los bidones. El caudal es mínimo y a las 11:00 están llenos. Son las 15:00 horas cuando regresa a casa, agotada, y comienza a cocinar, lava algunas ropas y asea a sus cuatro hijos. Hoy estuvo afortunada, piensa. Ningún bandido en el camino. Su hija menor, que fue a por leña, también. La mayor y su hijo menor, tienen diarrea desde hace tres días. Da de beber a sus dos cabras también. Quizás mañana tenga que caminar más pues la fuente necesita algunos días para recuperar caudal.

Ambos escenarios representan las antípodas en las cuales se discute la problemática del agua en un mundo donde 1.200 millones de personas no tiene acceso al agua potable y 2.400 millones no lo tienen a los servicios básicos de saneamiento. Nos encontramos en la década de acción auspiciada por la ONU (2005-2015), para reducir a la mitad los porcentajes mencionados, lo que reduciría en un 50% la mortalidad anual provocada por enfermedades cuyo vector es el agua, y cuyo número actual se sitúa en cerca de 4 millones de muertes. Las tendencias desde 2005 en cuanto a la mortalidad ocasionada por enfermedades cuyo vector es el agua, siguen una curva creciente, por lo que las expectativas para el 2015 no son nada halagüeñas y en todo caso vamos hacia una duplicación de las cifras.

La Carta Europea por la Nueva Cultura del Agua, avalada por cien científicos de los diversos países de la UE, limita el problema no a la escasez de agua, sino a su calidad, debido a la quiebra de la sostenibilidad que hemos provocado en nuestros ríos, lagos, humedales y acuíferos.

Quiero con ello sacar a relucir el paradigma calidad frente cantidad, que tanto se discute en situaciones de emergencia. Hablo de los conflictos provocados por el hombre y de los desastres naturales, que dejan a millones de personas en una situación de desplazamiento crónico y sin acceso al agua. El asentamiento masivo de personas desplazadas en campos gestionados por el ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) y otras organizaciones humanitarias, genera una vasta demanda de servicios, entre ellos y de especial relevancia es el agua. En estos contextos, la cantidad de agua demandada está garantizada de acuerdo a unos mínimos establecidos por persona y día, así como su calidad asegurada.

Sin embargo, llamo la atención de aquellas personas desplazadas de sus entornos que por diversas razones no han podido ubicarse en los mencionados campos de desplazados, y que no disponen de acceso al agua, así como de otros servicios básicos tan importantes como éste.

En estos casos de inexistente atención de los gobiernos responsables y de las organizaciones humanitarias (en este caso por imposibilidad, como falta de permisos o por razones de seguridad) el agua no existe para las personas desplazadas, ni en cantidad y por supuesto tampoco en calidad. Les podríamos llamar los olvidados de los conflictos.

Aun siendo una afirmación evidente la formulada en la Carta Europea por la Nueva Cultura del Agua, desde mi opinión, además de no ser vinculante, deja de lado el gravísimo problema de acceso al agua padecido por miles de millones de personas en el mundo, cuya preocupación en la mayoría de ocasiones, de extrema necesidad, es procurar agua, sin que esté garantizada su calidad. En estas situaciones, el paradigma cantidad frente a calidad, muerte de sed frente a enfermedad que puede causar muerte, es estremecedor.

En los países industrializados no sólo nos abastecemos de agua en abundancia, sino que ha dejado de ser una vía de transmisión de enfermedades, por ello no es de extrañar que hablemos de calidad del agua, al ser ésta una amenaza para nuestra salud y la de nuestros ecosistemas. En éstos, la calidad va implícita en la cantidad de agua y no existe el paradigma.

Nos vamos alejando cada día del sueño del anterior Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan: "El acceso al agua apta para consumo es una necesidad humana fundamental y, en consecuencia, un derecho humano básico".

Cuando esta proposición está siendo negada para el 20% de la población mundial, los países industrializados sólo se preocupan, por un lado, que no deje de caer agua al abrir el grifo, y por otro, el partido que algunos pueden sacar de mercantilizar el recurso, causa actual de múltiples conflictos y posible conflicto mundial en un futuro cercano.

No podemos seguir tolerando que la afirmación del señor Annan, desde su entonces privilegiada posición, no sea vinculante a escala mundial, ni mucho menos que existan situaciones donde la mortalidad de una comunidad de personas esté vinculada a un paradigma tan obvio y a la vez macabro.

Según la UNESCO, a mediados del siglo XXI duplicaremos la población actual, y por tanto duplicaremos la demanda de agua, agotando con probabilidad las reservas hídricas del planeta. La buena gestión del recurso, de la cual mucho tenemos que aprender de las comunidades donde este bien es escaso o poco accesible, no será suficiente para una población de 12.000 millones de personas.

En un hipotético escenario, una utilización de los excedentes hídricos de los países ricos en este recurso como Brasil, Canadá, China, Rusia y EE.UU., tampoco saciará las necesidades de una población tan enorme. Por no hablar de la costosa distribución de este recurso de aquellos países, hacia los que demanden agua con urgencia para consumo humano.

La cuestión entonces radicará en si duplicaremos el paradigma, o seremos lo suficientemente inteligentes para evitar que personas que nunca se lo imaginaron, lleguen a dudar entre cantidad y calidad.

Las investigaciones en el ámbito del agua son esenciales para desarrollar nuevas tecnologías que impacten en la mejora del bienestar de la sociedad, pero al mismo tiempo deben promover y reforzar las voluntades políticas que caminen hacia la construcción de herramientas que resuelvan los problemas con respecto al acceso al agua, entendido éste en una escala mundial y donde no exista el paradigma cantidad frente a calidad. La nueva cultura del agua basada en el ahorro, la mejora de su gestión, la sensibilización y su valorización económica y social, es un excelente comienzo para prevenir una anunciada escasez de los recursos hídricos. Sin embargo, debemos salir de nuestro privilegiado contexto y tratar de explicar y concienciar de las diferencias existentes entre unas regiones y otras del planeta con relación al acceso al agua en cantidad y calidad adecuadas, y actuar con solidaridad hacia los miles de millones de personas que tienen tanto derecho como nosotros de beneficiarse de este recurso, patrimonio de todos.

 

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